EMMANUEL, el HIJO de DAVID, del evangelio de Mateo nos dice que Jesús es el Heredero de las Promesas del Antiguo Testamento. El evangelio más “judío” de todos, está estructurado en cinco sermones, como la Torá judía, y cada uno de estos sermones se inspira en una cita bíblica del Antiguo Testamento.

Los cinco sermones del evangelio de Mateo.
1er sermón
Galilea de los paganos ve una gran Luz. Vocaciones y Sermón de la Montaña.
2º sermón
Él trae nuestras debilidades. 10 milagros de curación y Sermón a los misioneros.
3er sermón
No rompe la caña agrietada. Se revela a los sencillos y Sermón en parábolas.
4º sermón
El culto judío es sólo externo. Él da su PA y Sermón a la Iglesia.
5º sermón
Tu Rey es Humilde. Oposición a los judíos y Sermón del fin del judaísmo.

LAS MUJERES EN EL EVANGELIO DE MATEO

Además de las 13 mujeres mencionadas por Marcos, Mateo menciona las siguentes.
Antes de María, Madre de Jesús, en la genealogía de Jesús, con la que comienza el evangelio, Mateo cita otras 4 mujeres, a parte de la larga lista de 42 hombres. Y destaca estas 4 mujeres que tienen una situación de maternidad excepcional.
¿Con qué finalidad Mateo menciona a estas 4 mujeres, él que es el más judío de los evangelistas?
Posiblemente para afianzar el nacimiento judío de Jesús, le gusta atarlo a la historia de su Pueblo, y con mujeres de las que se explican maternidades en situaciones extraordinarias.

Las cuatro mujeres de la genealogía de Jesús (Mt 1, 1-16)

En ella se cumple la esperanza mesiánica

Tamar (Génesis c 38), es la nuera astuta de Judá, de quién tiene dos gemelos.
No podemos juzgar la actuación de Tamar, igual que las otras mujeres bíblicas, con nuestros ojos del siglo XXI. En la antigüedad, igual que en el Antiguo testamento, las mujeres se cree que son para tener hijos, y así dar posteridad al propio Pueblo. Por tanto, tener descendientes, sea como sea, es lo bueno, lo deseable, lo que Dios quiere, y lo que toda mujer tiene como función propia. Si no lo consigue ella se ve repudiada, castigada, incompleta.
Tamar, se casó con Er, el hijo mayor de Judá, pero él murió sin tener hijos. Luego Onán, el segundo hijo de Judá, se casó con ella, pero, sabiendo que, según la ley, los hijos de esa unión no serían suyos, sino de su hermano fallecido, evitó las relaciones sexuales sanas. Y la conducta de Onán motivó su muerte, pues fue castigado por Yahvé. Luego del fallecimiento de Onán, Judá le pidió a Tamar que se quedara en su casa hasta que su tercer hijo, Selá, cumpliera la mayoría de edad, con quien entonces la desposaría. Pero en realidad no fue así. Pasando el tiempo y pensando que Judá nunca le daría su último hijo por esposo, Tamar se disfrazó de prostituta, y sedujo a su suegro que fornicó con ella. Como Judá no llevaba dinero en aquél momento, Tamar le pidió que le entregara su sello y su bastón como prenda hasta que le pagara.
Entonces Tamar quedó embarazada, y a los tres meses sus vecinos informaron a Judá, que afirmó: quemadla viva. Tamar exhibió el sello y el bastón de su suegro, diciendo que era él quien la había embarazado. Entonces Judá dijo: “ella tiene más razón que yo” (¡!).
Tamar dio a luz a dos gemelos: Farés y Zara. Y, como recompensa, ella, y su hijo Fares ocupan un lugar en la genealogía de Jesús.

Es el Ángel del pueblo, al entrar en Jericó

Rahab (Josué c 2) es una posadera que vivía en la ciudad cananea de Jericó y que los israelitas comandados por Josué se disponían a tomar.
Al llegar espías de Israel para ver las defensas de la ciudad, el rey de Jericó ordenó que los cogieran y ejecutaran. Rahab entonces decidió esconderlos bajo “el trigo que tenía tendido en la terraza” y una vez fuera de peligro los ayudó a escapar saltando por los muros de la ciudad dado que “su casa estaba pegada a la muralla”, y les suplicó que salvaran a su familia si Jericó caía en sus manos.
Los espías le pidieron “colgar un cordón escarlata en su ventana” para reconocer su casa y no destruirla. Orígenes, teólogo del s. II, ve en este cordón escarlata el DON de la muerte de Cristo, anticipado para la familia de Rahab.
Cuando cayó la ciudad de Jericó, Rahab, junto con toda su familia, fueron salvados.
Al escribir la genealogía, Mateo dice que Rahab se casó con Salmon, e incluye a Booz entre sus hijos. Mateo hace una errada de varios siglos, pues pasa de la toma de Jericó 1.220 aC, a la época de Rut, el 450 aC.

Escogida para hacer florecer la viña del Señor

Rut (Libro de Rut, s. IV aC) fué una pagana, que por su generosidad acabó formando parte del Pueblo de Israel.
El libro cuenta que Elimélec, era un hombre de Belén que emigró con su familia al país de Moab, pues en Belén había una gran sequía y todas las cosechas se perdían. Su esposa se llamaba Noemí y sus hijos, Quelión y Malón. Al morir Elimélec, sus dos hijos se casaron con Orpá y Rut, dos mujeres moabitas. Unos diez años más tarde, murieron también los dos hijos sin dejar descendencia, y entonces Noemí, acompañada de su nuera Rut, regresó a Belén, mientras que Orpá, la otra nuera, decidió regresar a Moab con su familia.
Al llegar a Belén, Rut y Noemí no tenían nada, por lo que Rut se puso a trabajar en el campo de Booz, uno de los primos de la familia de Elimélec. Booz, sabiendo lo buena que Rut había sido con su suegra, se casó con Rut. Así nació Obed, que más tarde sería el abuelo del rey David. Rut, la moabita, entonces ingresa en el pueblo judío.
Los detalles de la generosidad de Rut para con su suegra, son realmente entrañables. Y también da ternura imaginar lo satisfecha que está Noemí, con Obed, el nieto, en sus brazos.

En ella, la vida y la muerte se entrelazan

Betsabé es esposa de David y madre de Salomón.
Según 2Samuel 11, el rey David vio desde la azotea del palacio a una hermosa mujer bañándose. David pidió que le informaran sobre la mujer y le dijeron que se trataba de Betsabé, mujer de Urías el hitita. Y David pecó, durmiendo con ella, acción que le fue recriminada por el profeta Natán.
Urías era un soldado del ejército del rey David, uno de los llamados «Valientes de David». Estando en aquél momento en el campo de batalla, David lo hizo llamar para que durmiera con su esposa y así disimular su pecado.
Tras presentarse Urías delante de David, y negarse a visitar a su propia esposa mientras el ejército está dando la vida para salvar Israel, David, manda su muerte, ordenando a los soldados que lo dejen sólo en la batalla, para que el enemigo lo mate. El adulterio y el crimen de David son castigados por Dios. Y el salmo 50 es el fruto del arrepentimiento del rey. Un salmo PRECIOSO.
El hijo concebido en pecado, murió, pero luego Betsabé fue la madre de Salomón, el rey sucesor de David.

Maria, esposa de San José (Mt 1, 16-25 i Mt 2, 1-19)

El Angel anuncia el nacimiento de Jesús a José

Mateo explica el nacimiento de Jesús en clave masculina. No es a María a quién el Ángel anuncia el nacimiento de Jesús, como en Lucas, sino a José. “No tengas miedo de tomar María por esposa, es cierto que ella engendrará un hijo, pero serás tú quién le pondrás el nombre de Jesús”. Así se cumple la 1a de las muchas citas del A.T en el evangelio de Mateo: “la virgen tendrá un Hijo a quién pondrán Emmanuel: o sea Dios con nosotros”. Y este Dios que está con nosotros es tan importante, que Mateo acaba el evangelio diciendo: “Yo estaré con vosotros, día tras día, hasta el fin del mundo“ (Mt 27, 20).
Más tarde, es también José, el padre de la familia, a quien el Ángel avisa, para que lleve “al Niño y a la Madre” primero a Egipto, en el momento de la muerte de los niños menores de 3 años, por orden de Herodes. Y luego a Nazaret, cuando Herodes ya ha fallecido.
Las distinciones y semejanzas entre Mateo y Lucas son importantes: La Familia no va a Nazaret hasta la vuelta de Egipto. Cosa que supone que José y María vivían en Belén cuando nació Jesús. Mientras que en Lucas van a Belén a causa de un empadronamiento… etc. Puesto que los autores de los evangelios de Mateo y Lucas no se conocen, debe suponerse que los hechos más verídicos son aquellos en los que ambos coinciden.
En Mateo José, el hombre, es quién protege al Niño y a la Madre. María, es la que cuida al Niño.

La Madre de los hijos de Zebedeo (Mt 10,20)

La madre que protege a los hijos

Para defender la posición antievangélica de Jaime y Juan, que piden a Jesús ocupar los primeros sitios en el reino, Mateo dice que quien lo pide es la madre de los dos apóstoles.
Realmente es notoria la falta de comprensión de los discípulos de Jesús. Luego que Él les esté hablando de ir a Jerusalén para morir dando la vida en servicio a los demás,  dos de ellos le piden estar sentados a su derecha y a su izquierda en el Reino, no en la Cruz. Y los demás discípulos se enfadan contra ellos, porqué piensan que ellos quieren tomar la delantera.
Hablar de la incomprensión de la doctrina de Jesús, y de su soledad, parece que es justo. De entre la multitud Jesús se escogió doce y los instruyó, para empezar un nuevo Reinado de Dios, pero se ve claro que las pasiones humanas no han sido dominadas ni entre ellos.
Por eso Mateo usa la madre de tapa agujeros.

Parábola de las 10 vírgenes (Mt 25, 1-13)

Solo el AMAR es nuestro ejercicio 

Después de la parábola de los talentos, aplicada a los hombres, Jesús pone la parábola de las 10 vírgenes, dedicada a las mujeres. Si los hombres tienen que trabajar y hacer rendir los talentos que han recibido, las mujeres, durante su vida, tienen que vigilar su corazón y ser prudentes, llevando consigo el aceite del Amor para sus lámparas.
Estamos XX siglos atrás y cómo es de suponer, Jesús es hijo de su tiempo.
Pero es evidente que el Maestro valora las mujeres, y les pide lo más importante que debemos hacer en este mundo, y para lo que hemos sido creados, pues “en el atardecer de la vida, seremos juzgados por el Amor” dice S. Juan de la Cruz. Y es claro que el amor no se puede prestar a quien no lo lleva encima. Si no lo has practicado tú mismo, tu misma, no puedes adquirirlo de improviso.
Mi alma se ha empleado,
y todo mi caudal en su servicio;
ya no guardo ganado,
ni ya tengo otro oficio,
que ya sólo el amar es mi ejercicio” (Cántico espiritual. San Juan de la Cruz).

La mujer de Pilato (Mt 27,19)

La mujer de Pilato, extranjera, defiende a Jesús

Sorprende que la mujer de Pilato defienda a Jesús, ante el gobernador. Los judíos le acusan, piden su crucifixión, mientras una mujer extranjera intercede por Él.
La falsedad del juicio judío queda evidente.
Ella esta noche ha soñado con Él, y ha sufrido mucho, dice Mateo.
En tiempo de Mateo, los judíos ocupan aún la “cátedra de Moisés”, y Mateo, que escribe seguramente desde Jerusalén, aún lo está sufriendo hasta el límite. Después de la muerte en Cruz de Jesús ha comprendido todo el fracaso de la doctrina de su Pueblo. Por eso insiste en la culpa de los suyos, y en la sensatez y bondad de esta mujer romana.
Para los discípulos fue por mucho tiempo, incomprensible, el final de Jesús y de su pueblo, el acusador.
Lo dicen claro todos los evangelistas cuando Jesús hablaba de su muerte en Jerusalén: “ellos no entendían nada, les era incomprensible a sus ojos”.

Las mujeres en la Resurrección (Mt 28, 11)

Las mujeres y el Resucitado

Hay una novedad, respeto a Marco, ellas van a decirlo a los discípulos y así resultan ser los primeros testimonios del hecho más importante de la vida de Jesús. Apóstoles de los apóstoles, les dirá la Iglesia.
Es curioso siquiera imaginarlo. Después de la Cena y la plegaria en Getsemaní, los discípulos desaparecen, y entran en juego las mujeres.
Ellas al pie de la Cruz, observando el lugar del sepulcro, y luego testimonios de la Resurrección. No sabemos cómo fue el hecho de Resucitar, pero tal vez las mujeres pueden experimentarlo mejor.
Jesús está aquí, el corazón lo afirma, una presencia escondida lo confirma, Él no se ha ido.
Lo puedes ver en todo lugar, en la naturaleza, en cualquier parte.
Jesús Resucitado en cada amanecer, en cada crepúsculo, en cada hoja tierna, en cada pájaro.
Jesús Resucitado en mí y en los demás, y en el pobre y en el enfermo.